Mensajeros de la paz (Madrid)


Después de seis meses formando parte de la familia de la Fundación CIONE Ruta de la Luz, pude participar en el primer proyecto que realizábamos en España.

Llevábamos desde que empecé las prácticas de mi máster en Cooperación Internacional en Enero, trabajando en este proyecto, que desde el principio nos supuso grandes retos. En la Fundación se venía trabajando fuera del país atendiendo a las personas más necesitadas en países como Cabo Verde, Bolivia, Ruanda,… pero ahora, atendiendo a la situación en la que nos encontrábamos, Katy había decidido atender a la población más necesitada de aquí.

Después de meses de reuniones con organizaciones, con nuestros colaboradores, de trabajos en la oficina, de pensar la mejor forma de hacerlo, el proyecto ya había empezado. Nos encontrábamos junto con tres ópticas voluntarias en el comedor social de Mensajeros de la paz, moviendo mesas, colocando monturas, refractómetro, caramelos, optotipos, nunca pensé que yo sabría lo que es cada uno de esos aparatos que necesitamos para realizar las revisiones, pero ahí estábamos, mucha gente pero todos haciendo algo.

Nos recibió el fundador de la Institución, el Padre Ángel, para acto seguido junto con los trabajadores del comedor empezar las revisiones. Los niños entraban de dos en dos, y cada óptica les atendía en diferentes secciones, mientras yo miraba y cuando veía que alguno iba a necesitar gafas me acercaba con la receta en la mano, para pedirles su nombre, edad y que monturas les gustaban. En algunas ocasiones se iban al baño a mirarse con un par de ellas y decidían, casi siempre las más discretas. Sorprendían los casos de niñ@s que decían haber llevado gafas pero que se les habían quedado pequeñas y no habían tenido otras.

Siempre sentimos que las personas que menos tienen son las que más necesitan, y quizás en el sentido más material es así. Pero yo en ese comedor social, no vi a ninguna persona necesitada, vi a niños bromeando unos con otros sobre si necesitarían o no gafas, vi a madres riéndose sin parar en la puerta, vi sonrisas y caras de felicidad, donde la mayor preocupación era que alguno no entendía por qué no se les daban aún las gafas.

Atendimos a niños y niñas que acuden a un comedor social cada día a las 19 de la tarde a cenar porque por el motivo que sea no disponen en sus casas de los recursos necesarios, pero aprendimos varias cosas: que no hay que mirar muy lejos para ver a alguien que necesita ayuda, que existen organizaciones que hacen una gran labor y que nos queda mucho por aprender, siempre hay un motivo para sonreír.

Nadia